Una historia del nombre del monumento más significativo de la antigua Roma.

Tal vez hayas escuchado hablar o conozcas sobre los excesos del emperador romano Nerón, en especial, la más famosa de sus historias; haber incendiado Roma. La leyenda dice que este extravagante político –quien había mandado a asesinar a su madre, Agripina-, era un amante del teatro, y un buen día del año 64 d.C. tomó la decisión de prenderle fuego a la ciudad imperial, en específico a la zona de las residencias de los aristócratas, para así poder, en medio de ese caos y usándolo de escenografía, recitar con su lira la caída de Troya ante los ejércitos griegos. Si bien, este devastador incendio de varios días sí ocurrió, es muy probable que esta anécdota de Nerón sea sólo parte de la leyenda, un producto de la fantasía. Lo que sí es un hecho, es que el emperador aprovechó la destrucción de las casas ubicadas a un lado del foro romano, para aplanar y construir ahí uno más de sus excesos; la Domus Aurea o Casa de Oro.
La Domus Aurea era un verdadero agasajo de palacio, en sus 50 hectáreas fueron construidos jardines, salones de banquetes, avenidas de paseo, estancias llenas de lujo, decoradas con mosaicos, estatuas y las más refinadas pinturas de la época, vaya, ¡contaba hasta con un lago privado que le permitía al emperador poder pasearse en barco en el mismo corazón de Roma! Por si esto fuera poco, mandó a diseñar y fabricar en bronce una estatua del dios Helios, la divinidad del sol, con su propio rostro, y que con sus 37 metros de altura, medía más de lo que la actual Estatua de la Libertad mide de pies a cabeza. Además, esta representación del emperador como el dios sol, estaba recubierta de oro. La magnífica obra, llamada Colossus Neronis o el Coloso de Nerón –que evocaría a la maravilla del mundo antiguo, el Coloso de Rodas-, llevaba la imagen de la Domus Aurea a extremos más allá de la imaginación para los asombrados que tuvieran el privilegio de entrar a este palacio de ensueño.

Todo esto, aunado a que Nerón nunca emprendió ninguna campaña militar –es decir, sin generar riqueza para el pueblo-, sino que dedicó sus días a deleitarse sin hacer un verdadero trabajo político, conllevó a que no gozara de popularidad, tanto, que uno de los gobernadores de su provincia hispana se levantó en armas contra él. Nerón, que siempre había rehuido de la acción bélica, optó en el año 68 d.C. por suicidarse en lugar de confrontarlo. La crisis política que generó, hizo que en el año 69 d.C. se sucedieran, matándose uno a otro, cuatro emperadores, hasta que finalmente quedó de manera más estable el general de origen humilde, Vespasiano.
Vespasiano Flavio, acababa de regresar, acompañado de su hijo Tito, de una campaña militar en la provincia de Judea, donde saqueó los tesoros de la ciudad de Jerusalén e hizo prisioneros a una buena cantidad de hebreos. Al contar con esos recursos y con la mano de obra de sus prisioneros, para legitimarse en el poder, decidió arrasar con la Domus Aurea, destruir ese soberbio palacio y entregar lo que antaño había sido de uso exclusivo del emperador, al disfrute de todos los romanos. Y en su sitio inició la construcción del anfiteatro, sólo que cuando apenas llevaba el segundo piso, fallece y le hereda la tarea a su hijo Tito Flavio, quien se erige como nuevo emperador, pero su ascenso fue seguido de varios hechos funestos; un nuevo incendio en la ciudad, una peste que diezmó a la población y ni más ni menos que la erupción del volcán Vesubio, acabando con la vida de decenas de miles de personas. Algo que corrió el rumor que tal vez los dioses no estaban de acuerdo con este nuevo emperador.

Tito Flavio, desesperado por darle un giro a su inicio de gobierno, aceleró lo más que pudo los trabajos de construcción que estaban realizándose –y como muchos políticos en campaña-, decidió inaugurar el ‘Anfiteatro Flavio‘ sin estar todavía terminado. Con esto, logró consagrarse ante el pueblo y les hizo olvidar los terribles sucesos recientemente acaecidos, pues en el Anfiteatro comenzó una temporada de juegos sin fin, donde todos los ciudadanos romanos podían ingresar de manera gratuita, ya que tanto los espectáculos como las entradas eran pagadas directamente del bolsillo del emperador. Además, había permanencia voluntaria, así que cualquier persona podía entrar en la mañana y salir hasta la noche, viendo toda la variedad de juegos que se presentaban a lo largo del día sin cesar. Había desde batallas de animales contra otros animales, animales contra personas, representaciones históricas o mitológicas, como tomar a un prisionero, vestirlo de Hércules y prenderle fuego para evocar el final de este héroe griego, hasta las famosas batallas de gladiadores, algunas incluso navales, pues la arena estaba construida sobre lo que fue alguna vez el lago privado de Nerón. Fue un rotundo éxito, el Anfiteatro Flavio se convirtió en un punto de unión entre el gobernante y el pueblo, pues los dos acudían a los espectáculos y ambos disfrutaban de los mismos juegos, se impresionaban, gritaban y apabullaban al unísono; un logro político del emperador.
En las afueras del Anfiteatro, fue colocado el otrora Colossus Neronis, con las facciones del rostro, eso sí, modificadas y sin el oro que en tiempos pasados lo cubriera, junto a una fuente cónica. Pasó este a ser una enorme decoración que daba la bienvenida a los espectadores a este nuevo corazón de Roma. El caso es que esta estatua era tan conocida, que la gente simplemente decía «vamos a donde el coloso», en lugar de un «vamos al Anfiteatro Flavio», hecho que terminó por cambiar para siempre –irónicamente, pues se trataba de borrar la memoria de Nerón y establecer la de los Flavio-, el nombre de la más icónica construcción del Imperio Romano: el Coliseo.
«Mientras el Coliseo permanezca, Roma permanecerá. Cuando el Coliseo caiga, Roma caerá. Y cuando caiga Roma, caerá el mundo.»
Lord Byron
