Infierno; Canto V


En este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.

Para sumarnos a los festejos del VII CENTENARIO DANTESCO, seguimos compartiendo nuestra sorpresa especial; el INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto, que es el CANTO V, forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el cual nos encontramos trabajando en este momento.

¡Qué sea de provecho!

Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.



INFIERNO

Canto V

Así fue como descendí del primer círculo al segundo, lugar aún más estrecho que el anterior, pues al bajar se va reduciendo el espacio, pero se encierra cada vez más sufrimiento, razón por la que los lamentos van siempre en aumento.

Aquí fue que encontramos la horrible presencia del demonio y juez Minos, que gruñendo examina las culpas de todos los condenados en este ingreso, los juzga y sentencia a su círculo correspondiente, envolviéndolos con su larga cola la misma cantidad de veces que los niveles que tendrán que descender. Cada vez que una de estas almas, destinadas a la perdición, se pone delante de él, en automático le confiesa todos sus pecados; y él, que es un gran conocedor de todo tipo de depravaciones, entiende de inmediato el lugar exacto del Infierno al que debe ser enviado. Siempre se encuentra delante de una multitud de almas, en donde cada una se va presentando por turnos para ser enjuiciado, dicen sus pecados, reciben su condena y los hunde en las oscuras profundidades.

-¡Oh, tú que llegas a este, el albergue del sufrimiento! –se dirigió hacia mí Minos gritando en cuanto me vio, dejando por un momento su trabajo tan importante-, ¡fíjate bien a dónde estás entrando, y fíjate bien de quién te fías, no te dejes engañar sólo porque veas una entrada!

-¡Pero para qué tanto grito! -intervino mi guía- No te atrevas a impedir su travesía, Minos, es de este modo como se ha querido en lo más alto de la existencia, lugar en donde todo lo que se quiera es entonces posible, así que no te entrometas más.

Pasándolo, empezamos a escuchar los gritos de dolor, ahora estábamos rodeados de llantos que golpeaban nuestros oídos. Llegamos a un lugar privo de toda luz, habitado por un fuerte rugir, como el del mar cuando es azotado por una tempestad, donde combaten furiosos los vientos encontrados. Aquí, nos encontramos para mi asombro, un ciclón infernal que no cesa nunca, su terrible fuerza arrastra a los espíritus, las terribles ráfagas que emanan de este tornado hacen que den vueltas sin parar, azotándolos con ira contra las paredes cavernosas, atormentándolos de este modo. Cada vez que pasan volando por la enorme grieta que atraviesa el Infierno, gritan todavía más fuerte, aumentan la fuerza de sus llantos y lamentos, en este punto es que blasfeman y maldicen todas las virtudes divinas. Comprendí que semejante tortura podía ser sólo para los condenados por pecados carnales, pues ellos habían sometido la razón a la pasión, dejando que esta última los gobernara y arrastrara por un camino de sufrimiento.

Justo como cuando el frío del invierno hace batir las alas a los estorninos, levantando el vuelo en anchas y tupidas parvadas, así ese viento maldito levanta y arrastra a las almas perdidas por todas las direcciones; de un lado a otro, de arriba abajo. No albergan ninguna esperanza que los consuele, ni siquiera una imposible tregua a su eterno vuelo. Pueden, a lo mucho, desear que aminore, de algún modo, su dolor.

Así como las grullas, que mientras vuelan se lamentan con sus graznidos, y que en sus recorridos trazan una larga línea en el cielo, así vi venir hacia nosotros, lamentándose, una parvada de sombras.

-Maestro, ¿quiénes son estas personas que son castigadas de tal modo por esta obscura vorágine? -pregunté.

-La primera de esta gente, de la que tú quieres estar enterado –me responde-, fue la emperatriz de muchos pueblos de lenguas distintas. Se entregó a la lujuria de un modo tan desenfrenado, que promulgó leyes que pretendían hacer lícitos sus placeres, y así intentar disimular las culpas y el deshonor en el que había caído por tener una relación con su hijo. Ella es Semíramis, de quien se narra sucedió en el trono, después de muerto, al rey Nino, su esposo, convirtiéndose en la gobernante de la ciudad de Babilonia, que ahora está en manos de un Sultán.

La segunda que viene es Dido, quien se suicidó por amor, después de haber roto el pacto de fidelidad que le había jurado a las cenizas de Siqueo, su marido. Detrás de ella le sigue otra alma lujuriosa suicida; Cleopatra. Observa también a Helena, que por causa de ella murieron tantos y durante tanto tiempo, mira al grande Aquiles que combatió por amor. Ahí están también Paris y Tristán.

Prosiguió mi maestro, mostrándome un número enorme de almas que el amor arrancó de la vida terrenal, indicándomelas con el dedo. Después de haber terminado de nombrar a las mujeres de la antigüedad y a los caballeros, me sobrecogió un sentimiento intenso de compasión, tanto que por un momento estuve a punto de perder el conocimiento.

-Poeta –intervine-, me gustaría poder tener la oportunidad de hablar con aquellos dos, pues me llama la atención que vuelen juntos y que parezca, por la fuerza con la que son arrastrados, ser más ligeros que los demás.

-Verás que cuando pasen cerca de nosotros, si se los pides en nombre del amor que los arrastra, ellos vendrán. -me contestó-

Así que, en cuanto me di cuenta de que el viento los empujaba hacia nosotros, los empecé a llamar: “Oh, almas atormentadas, vengan a hablar con nosotros, si es que alguien no se los ha prohibido.” Y como las palomas que, atendiendo el llamado del instinto de amar, vuelan con las alas abiertas y rectas hacia su dulce nido, movidas sólo por el deseo amoroso, así fue que salieron volando esas dos almas de la parvada donde se encontraba Dido, se dirigieron hacia nosotros a través de ese maligno viento, mientras intentaba gritarles, afectuosamente, un saludo a modo de agradecimiento.

-Eres un ser viviente cortés y benévolo -inició a hablar ella-, pues aún en este tenebroso lugar, te encuentras visitando a gente como nosotros, que hemos pintado la tierra con nuestra sangre. Si tan sólo el rey del universo nos tuviera en su gracia, le pediríamos te tuviera en consideración y concediera paz, puesto que logras tener compasión por nuestro atroz sufrimiento. Eso que tiene ganas de escuchar y hablar, nosotros lo escucharemos y hablaremos contigo, mientras que el viento nos lo permita como lo hace ahorita; descubrirás quiénes somos.

La tierra donde nací -continuó ella- se sitúa en el punto en el que desemboca el río Po al mar, encontrando, junto a sus afluentes, la paz en el amplio océano.

¡Ay, el amor! Que de inmediato se rinde ante los corazones gentiles y las bellas personas, así como me rendí yo ante este hermoso cuerpo que ahora me acompaña, pero que en vida me arrebataron de tal modo, que aún me sigue doliendo.

¡Ay, el amor! Que no le concede a nadie que es amado, de no regresar amor a su vez. A él y a su belleza quedé sujeta con tanta fuerza, que como puedes observar, ni siquiera aquí nos separamos.

¡Ay, el amor! Nos llevó a una misma muerte. Pero la Caína, en lo profundo del Infierno, esperará a quien la vida nos arrancó.

Estas fueron las palabras que dirigieron hacia nosotros la atormentada pareja, y después de haberlas escuchado incliné la cabeza y me mantuve así hasta que el poeta, mi guía, me inquirió sobre lo que hacía: “¿En qué estás pensando?”, me preguntó, a lo que sólo le alcancé a responder; “Oh, cómo son dulces estos sentimientos, cuánto deseo hay en ellos, y cómo es que los fue arrastrando a tan fatal destino.” Después, me dirigí hacia ellos:

-Francesca, tu martirio me entristece y me llena de compasión hasta las lágrimas, pero por favor, dime, en aquellos momentos en los que los dos suspiraban al verse, ¿en qué modo o cuáles fueron las circunstancias para que el Amor los condujera a ceder ante los deseos del pecado?

-No hay mayor dolor –me contestó- que el recordar los momentos de felicidad cuando uno se encuentra en la desgracia, y esto lo sabe bien tu maestro que te guía. Pero, ya que estás interesado en conocer el momento que originó nuestra condena de amor, te lo diré, aunque tenga que hacerlo intercalando palabras y lágrimas. Cierto día nos encontrábamos leyendo por entretenimiento el libro que narra cómo Lancelot amó a Ginebra. Estábamos solos y nunca imaginamos lo que habría de suceder. Varias veces la lectura hizo que nos buscáramos las miradas, como si reconociéramos en ellos nuestra historia, lo que nos hacía también empalidecer de vergüenza, pero fue una parte muy precisa la que nos venció ante el deseo; cuando leímos que la boca, tan deseada, de Ginebra, fue finalmente besada por su amante, entonces Paolo, que no se separará nunca más de mí, temblando, besó la boca mía. El libro se convirtió, como lo hacía el personaje Galeotto en la trama, en nuestro alcahuete. Desde ese momento, no volvimos a leer ni una página más.

Mientras el espíritu de Francesca nos refería esta historia, el otro no paraba en su llanto desesperado. Tanto fue el sobrecogimiento que sentí, lleno de compasión, pero tan mermado en mi persona, que terminé por desmayarme, como si muriera también.

Cayendo, como cae un cuerpo muerto.


Para seguir leyendo la Divina Comedia en esta traducción especial, te invitamos a comprar el libro.

Infierno; Canto IV

Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.



INFIERNO

Canto IV

Un sólido estruendo interrumpió, en mi cabeza, el sueño. Consternado y confundido, me levanté como quien con un sobresalto se despierta. Moví entonces la mirada de un lado hacia el otro, entrecerré los ojos para poner atención, intentando reconocer el lugar donde ahora me encontraba. Era verdad, había llegado a uno de los extremos de este sitio maldito, estaba en el borde donde inicia el doloroso valle del Infierno; el lugar donde retumban una infinidad de lamentos. La oscuridad era tan densa y profunda aquí, que aun esforzando la mirada, no lograba discernir absolutamente nada, ni a poca distancia.

-Ahora es que iniciaremos a descender en este ciego mundo -comentó, con el rostro pálido, el gran poeta-. Yo iré adelante y tú caminarás detrás de mí.

-Pero, ¿cómo podré ir contigo, maestro? -le interrumpí al darme cuenta de su cambio de color, ahora demacrado- Tú, que continuamente me das el valor de seguir, aclarando con aplomo todas mis dudas, si ahora soy yo quien te ve seriamente asustado. ¿Cómo puedo avanzar de este modo? 

-El tormento que sufren las almas relegadas en este sitio, hace que mi rostro adquiera esta imagen de angustia y aflicción que tú confundes con miedo. Sigamos, que el viaje es largo y no tenemos tiempo que perder.

Entonces seguimos, fuimos ingresando cada vez más en ese primer círculo que rodea el comienzo de la espiral del Infierno. Aquí ya no se escuchaban llantos, sino que se percibían sólo suspiros, algunos que incluso por momentos hacían temblar el aire a nuestro alrededor. No gritaban porque, aunque sufrían de intenso dolor estas interminables filas de almas de niños en su mayoría, mujeres y hombres, al menos no estaban siendo torturadas.  

-¿No me vas a preguntar quiénes son estos espíritus que ves? -inquirió mi bondadoso guía, para después confesarme- Antes de que continuemos con nuestro camino, quiero que sepas algo, ellos no cometieron ningún pecado, incluso pudieron hasta haber hecho algún mérito. Pero eso no fue suficiente para estas personas, pues nunca recibieron el bautismo estando en vida, que es la puerta de entrada a la fe. Y si acaso vivieron antes del advenimiento del cristianismo, no supieron tampoco adorar a Dios en el modo correcto; yo formo parte de esta categoría. Estamos condenados por esta culpa y no por algún pecado, nuestra sentencia es la de vivir en un eterno deseo sin esperanza alguna.

Al momento de escuchar esto sentí de inmediato un fuerte dolor en el pecho, en mi corazón, pues comprendí que ahí en el Limbo se encontraban suspendidas almas eminentes, había grandes personajes penando en este lugar.

-Dime, por favor maestro -pregunté movido por la necesidad de afianzarme a certezas, a aumentar mi fe-. ¿Ha sucedido alguna vez que alguien logre salir de aquí, ya sea por mérito propio o de alguien más? ¿Alguien de aquí ha logrado ir al Paraíso?  

-Acababa yo de llegar acá, a encontrarme en esta mísera condición -respondió entendiendo lo que veladamente le preguntaba-, cuando vi entrar a un espíritu todopoderoso coronado con los signos de la victoria. Él sacó de aquí la sombra del primer padre: Adán, y la de su hijo Abel; así como la de Noé y la de Moisés, el obediente conciliador. Se llevó también las almas del patriarca Abraham y del rey David, así como la de Jacobo junto con las de sus hijos y su esposa, Raquel, la mujer por la que tanto hizo. Se fueron con él muchas almas más, y a todas las llevó al Paraíso. Pero quiero que sepas, antes de esa vez, no había salido absolutamente nadie de aquí, ningún espíritu había alcanzado jamás la salvación. 

Mientras Virgilio me contestaba, no parábamos de caminar, seguimos andando hasta que superamos esa densa multitud de almas silenciosas. No habíamos hecho todavía un camino muy largo desde el momento en que recuperé la conciencia, cuando vi una gran luz que, a modo de domo protector, mantenía fuera de ella a las tinieblas. No obstante nos encontráramos aún a una buena distancia, era lo suficientemente clara para darme cuenta de que en ese lugar moraban espíritus magnánimos. 

-¡Oh, tú que le haces honor a la ciencia y al arte, maestro! Te pregunto, ¿quiénes son estas almas que ahí moran y por qué se les tiene en tan alta consideración, tanta, que tienen incluso un trato distinto al de todas las demás?  

-Es debido –me respondió-, a la excelsa fama que han ganado y que aún perdura en el mundo terrenal, esto les ha permitido obtener una gracia en el cielo que los distingue, en verdad, de las otras almas.  

En ese momento escuché una voz diciendo fuerte: “¡Rindan honor al altísimo poeta, pues su alma, que se había ausentado, ahora se encuentra de regreso!” Dicho esto, cesó y se aquietó de nuevo, entonces vi a cuatro grandes almas dirigiéndose hacia nosotros, su aspecto no era ni triste, ni alegre.

-Observa bien al que tiene la espada en la mano –me dice mi maestro-, viene delante de los otros tres, guiándolos. Él es Homero, el más grande de todos los poetas; después le sigue Horacio, el autor de las Sátiras; el tercero es Ovidio y el último es Lucano. Puesto que cada uno de nosotros tiene en común lo que acaba de gritar esa solitaria voz sobre mí, el hecho de ser poetas, es que se nos rinde ese honor, y en eso hacen bien.

Así fue como vi que se reunía la hermosa escuela poética de aquel gran señor de altísimos versos, con los que logra volar por encima de los demás, igual que un águila. Estuvieron conversando un rato entre ellos, hasta que en cierto momento se voltearon hacia mí y me hicieron un gesto de saludo, vi a mi maestro sonreír con agrado por este motivo. Aún mayor fue mi sorpresa cuando me hicieron el gran honor de invitarme a estar junto a ellos, donde de pronto me convertí en el sexto miembro de tan distinguido grupo. Nos encaminamos juntos a la gran bóveda de luz mientras hablábamos de las cosas bellas que tiene el silencio, tan bellas como las que tiene el hablar en este lugar. Después de unos pasos, llegamos al pie de un hermoso castillo circundado por siete muros, que a su vez eran protegidos por un riachuelo que los rodeaba. Este último lo pasamos como si no existiera, atravesé, junto a los sabios que acompañaba, las siete puertas de los muros, para finalmente dar con un prado de hierba fresca que se abría ante nosotros. Ahí había almas de mirada tranquila y seria, con semblantes de gran autoridad, hablaban poco y cuando lo hacían sus voces eran suaves, amenas. Nos movimos a uno de los lados, donde encontramos un lugar al abierto, luminoso y en lo alto, de tal modo que podíamos ver desde ese punto a todos los que se encontraban en este jardín. Ahí, frente a nosotros, como colocados sobre el esmalte verde del prado, me mostraron a los “espíritus magnánimos”, es decir, a las grandes almas del Limbo; recuerdo lo mucho que me emocioné al verlos. 

Vi a Elektra con varios de sus compañeros, entre los que reconocí a Héctor y a Eneas, así como a Julio César que se encontraba armado y con una mirada amenazante. Vi a Camila y a Pentesilea; de la parte opuesta vi al rey Latino que estaba sentado con su hija Lavinia. Reconocí también a uno de los fundadores de la república romana, Lucio Bruto, quien desterró a Tarquinio el Soberbio, a Lucrecia, Julia, Marcia y Cornelia. Separado y en un rincón solitario, vi también a Saladino. Después de alzar un poco la mirada, alcancé a distinguir al maestro de todos los sabios, a Aristóteles, sentado en medio de varios otros filósofos. Todos lo admiran, todos le rinden homenaje. Aquí vi al mismo Sócrates y a Platón, más cercanos al centro que los demás que alcancé a ver de esta antigua familia filosófica: a Demócrito, quien cree que el mundo es gobernado por la casualidad; al cínico Diógenes, a Anaxágoras y a Tales de Mileto, así como a Empédocles, Heráclito y Zenón. Vi a ese gran sabio que describió las cualidades de las plantas, Dioscórides, y a Orfeo, al mismo Cicerón, a Lino, quien fuera hijo del dios Apolo, y al máximo filósofo Séneca. Ahí se encontraba Euclides, fundador de la geometría, Tolomeo, Hipócrates, el persa Avicena y el musulmán Averroes, escritor del mejor comentario de la obra de Aristóteles. No puedo detenerme a hablar detalladamente de todos los que vi, pues es tan vasto lo que pudiera decir, que aun haciéndolo, omitiría seguramente a varios.

Fue entonces, de un momento a otro, que el grupo de poetas del que formaba parte, se dividió en dos, pues mi maestro y yo nos separamos, dirigiéndonos por un camino distinto, fuera de ese lugar. Del ambiente tranquilo en el que nos hallábamos, pasamos a aquel tormentoso.

Y llegué a donde no existe la luz.

Infierno; Canto III


En este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.

Para sumarnos a los festejos del VII CENTENARIO DANTESCO, seguimos compartiendo nuestra sorpresa especial; el INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto, que es el CANTO III, forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el cual nos encontramos trabajando en este momento.

¡Qué sea de provecho!

Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.



INFIERNO

Canto III

“A través de mí es que se llega a la ciudad del sufrimiento, a través de mí se entra en el dolor eterno, a través de mí es que se va a dar con las almas perdidas. No fue, sino por justicia, que el más alto creador se movió para hacerme, poniendo en uso su potencia divina, su suma sabiduría y el amor primigenio. Antes de mí, no fue nada creado más que las cosas eternas, y yo, entre ellas, duraré para la eternidad. Tú, que entras, abandona aquí todo resquicio de esperanza.” 

Alcancé a ver estas oscuras palabras, de turbio significado, escritas en lo alto de una puerta, y de inmediato, preguntándole a mi maestro por el sentido de ellas, me contestó como el hombre de rápido entendimiento que es: “A partir de aquí, es menester que abandones toda duda, a partir de aquí, es necesario que abandones toda vileza. Hemos llegado al lugar donde te dije que verías a las almas afligidas de sufrimiento, de aquellos que han perdido la razón, de los que se han quedado sin el bien del intelecto y han extraviado para siempre la posibilidad de contemplar la verdad.»

Después de haber posado, con un aire de serenidad en el rostro, su mano sobre la mía, logré reconfortarme y sentir cierta tranquilidad, estando en ese estado, fue que me introdujo a lo que hasta entonces para mí, permanecía secreto; un mundo separado del de los vivos, escondido e impenetrable. 

Aquí, en el aire viciado, privo de estrellas, resonaban los llantos y los suspiros. Se escuchaban, sin cesar, agudos lamentos. Era tan fuerte y estrepitoso el ambiente, que al comienzo lloré mientras daba mis primeros pasos. Se oían varias lenguas, pronunciadas de manera horrible, con palabras llenas de dolor y exclamaciones llenas de ira, voces desgarradas y débiles. Había, también, un incesante sonido de manos batiendo, con el que se terminaba por crear un terrible estruendo que retumbaba en esa ancestral oscuridad que no conoce el tiempo. Era como estar en el torbellino de una tormenta de arena. Y yo, que por error llevaba ya la cabeza cubierta de dudas, de nuevo pregunté: 

-Maestro, ¿qué es eso que se escucha? ¿Y qué gente es esta, quiénes son estas personas que se ven tan deshechas de dolor? 

-Se encuentran en esta condición tan mísera, -me contestó él- las almas de aquellos que tristemente, estando en vida no lograron conseguir ni gloria, ni infamia. Mezclados, entre ellos, están también los ángeles que si bien, no se rebelaron a Dios, tampoco decidieron serle fiel; pretendieron ser neutrales. Los cielos no los reciben, los repudian porque su vileza mancharía la beatitud celestial, y en el infierno profundo, el que encontraremos cruzando el Aqueronte, no son admitidos, pues los condenados tendrían un motivo para enorgullecerse en comparación con ellos. 

-Maestro, pero, ¿qué puede ser tan doloroso como para hacerlos gritar y lamentar de este modo tan fuerte? 

-Te lo diré de manera breve. Ellos han perdido la esperanza de morir, este es su destino final, y esta vida en la oscuridad es lo más bajo y miserable que hay, por eso es que envidiarían haber tenido cualquier otra suerte, cualquier otro paradero. En el mundo no se permite que sobreviva de ellos ningún recuerdo, incluso la misericordia y la justicia divina los desprecia. Te pido, no hablemos más de ellos, obsérvalos y pasémoslos. 

Entonces me puse a observar, vi a uno con un estandarte corriendo en círculos, iba tan rápido como podía, me daba la impresión de que no tenía permitido detenerse, aunque quisiera. Detrás de él venía corriendo una columna de gente, tan numerosa que nunca me imaginé que la muerte hubiera podido acabar con tantas personas. Después de estarlos viendo por un momento, reconocí a algunos, incluso vi y reconocí la sombra de aquel que en su vileza, cometió ese conocido y gran rechazo. Inmediatamente comprendí que estaba ante la hilera de esos seres miserables que no son aceptados ni por Dios, ni por sus enemigos, los demonios. Estos pobres desgraciados, los cuales podrían considerarse que nunca estuvieron realmente vivos por su insignificancia, se encontraban por entero desnudos y eran mordidos, sin cesar, por moscardones y picados por avispones, que vivían ahí, pegados a ellos. Estos insectos no se cansaban de hacer brotar sangre de los rostros de sus víctimas, la cual, mezclada con sus propias lágrimas, caía regada al suelo, de donde unos repugnantes gusanos la recogían y de ella abrevaban. 

Me puse, después, a observar lo que había más allá, vi una multitud de gente arremolinada en la orilla de un río enorme, por lo que de nueva cuenta pregunté: “Maestro, ahora, por favor, concédeme saber quiénes son aquellas almas que distingo entre estas tinieblas, y por qué parecen estar como necesitados, ansiosos por atravesar ya.” 

-Las cosas se te aclararán -me responde-, cuando lleguemos ahí con ellos, a la orilla de ese triste río que es el Aqueronte. 

Bajé la mirada por la vergüenza de mi insistencia, de ahí hasta llegar al río, me contuve de volver a hablar. Fue cuando por fin llegamos que apareció una barca, venía hacia nosotros y era dirigida por un anciano de barbas y cabellos completamente blancos por la edad, conforme se fue acercando, escuchamos que gritaba: “¡Vaya desgracias las que les esperan, almas malvadas! No verán nunca el paraíso, puesto que he venido a conducirlos a la otra orilla, en donde los esperan las tinieblas eternas en el fuego y en el hielo. Y tú que estás ahí -señalándome-, alma viva, aléjate de estos que están muertos.” Pero como vio que no me alejaba, se dirigió de nuevo hacia mí: “Es por otro camino, por otros puertos es que llegarás a la orilla que te atraviesa al más allá, pero por aquí no pasarás, está establecido que a ti te transporte una barca más ligera, la del ángel que conduce al Purgatorio.” 

-¡Caronte! -le gritó mi guía- Ni te angusties, así es como se ha querido en lo más alto de la existencia, lugar en donde todo lo que se quiere es entonces posible, así que no te entrometas más. 

De aquí en adelante, se aquietaron los cachetes barbudos del barquero de este negro pantano, cuyos ojos se veían rodeados por círculos de fuego. Pero las almas, desnudas y hechas polvo por la fatiga, cambiaron de color, empalidecieron y empezaron a rechinar los dientes en el momento en el que escucharon las crueles palabras que habían proferido hacia ellos un instante antes: habían llegado a recogerlos. Maldijeron a Dios y a sus padres, a todo el género humano, así como el lugar y el momento en el que tuvieron que nacer; maldijeron la semilla de su ascendencia y de su propia concepción. Después, se amontonaron todas juntas llorando fuerte, en esa orilla infernal que espera a todos los hombres que no le temieron a Dios. El demonio Caronte entonces, haciéndoles una señal con sus ojos envueltos en flamas, inició a acarrearlas, golpeando salvajemente con el remo a las que le parecían demasiado lentas. 

Así como se desprenden las hojas durante el otoño, una enseguida de la otra, hasta que la rama no ve finalmente tirados todos sus despojos en la tierra, así, esta mala estirpe de descendientes de Adán se aventaba desde la orilla, uno a uno, a la señal del barquero, como un ave que responde de inmediato al llamado de su dueño. Entonces se van, desapareciendo entre esas oscuras aguas, y antes de que desciendan a la otra orilla, en esta se ha vuelto a formar una nueva multitud de condenados.

-Hijo mío, -se dirige mi maestro hacia mí con gentileza- aquellos que mueren enemistados con el creador, convergen aquí desde todos los pueblos, vienen, por raro que te parezca, deseosos de atravesar el río, pues la justicia divina los instiga de tal modo, que su miedo es transformado en deseo. Por aquí no pasará nunca un alma buena, así que, si Caronte ha protestado por tu presencia en este lugar, puedes entender ahora el buen augurio que eso significa. 

Apenas terminaron sus palabras empezó a temblar en ese oscuro páramo, se sacudió tan fuerte, que de solo evocar el recuerdo aún me empapo de sudor por el susto. La tierra, llena de lágrimas, soltó entonces un vapor que desencadenó un fuerte relámpago de luz roja; todo esto terminó por abrumarme, había visto demasiado ya, todos mis sentidos se habían vencido.

Caí, como quien por sueño cae preso. 

Infierno; Canto II

En este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.

Para conmemorarlo, nos sumamos a los festejos compartiendo una sorpresa especial; el INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto, que es el CANTO II, forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el cual nos encontramos trabajando en este momento.

¡Qué sea de provecho!

Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.


INFIERNO

Canto II

Se acaba el día, la atmósfera se oscurece, todos los seres vivientes sobre la tierra comienzan a descansar, a recuperarse de las fatigas acumuladas de una jornada más de vida. En cambio yo, a diferencia del resto de ellos, me preparaba para soportar los tormentos de una travesía que, desde ese momento, me generaba una terrible angustia, pero que mi memoria intentó registrar lo mejor que pudo para que la pudiera contar. ¡Musas, ayúdenme a explicar lo que viví! ¡Ven a mí, inspiración poética, para que pueda describir lo visto por mis propios ojos! Aquí es donde pondré a prueba la capacidad de mi intelecto.  

–¡Poeta –inquieto, rompí el silencio mientras caminábamos-, tú que eres mi guía, te pido, por favor, que consideres bien mis debilidades y alcances, antes de someterme a este arriesgado viaje por un mundo ultra terrenal! Tú has escrito que el padre de Silvio, Eneas, estando todavía vivo, visitó uno de estos lugares eternos con todo y su cuerpo. Sin embargo, es claro para cualquiera que conozca esta hazaña que, si el gran enemigo del mal le permitió tal cortesía, es porque se puede justificar completamente debido a la grandeza de su persona, pensemos tan sólo en las extraordinarias consecuencias que surgieron de la historia de su vida, eso, sin contar si quiera que su madre era la misma diosa Venus. Él fue elegido desde lo más alto de los cielos para ser el fundador de la estirpe romana y de su gran imperio. Su destino fue el de ser él, el motor que dio origen a Roma que, bueno, seamos sinceros, viendo las cosas así, es todavía más fácil darse cuenta cómo la voluntad divina ya la había también predestinado para ser la sede de la ciudad santa. Gracias, justamente, a ese viaje que conocemos por ti, Eneas pudo escuchar de la boca de su difunto padre los detalles que le aseguraron su eventual victoria, con la que finalmente afianzó el advenimiento de la ciudad eterna.

Ahora, pensemos un momento en el gran Pablo, a quien también se le concedió la gracia de hacer un viaje al más allá, donde le fue mostrado el Paraíso en su ascenso por los cielos. Él, que desbordaba santidad, fue el instrumento para que se sostuviera la fe, para que se volviera firme el camino que conduce a la salvación. Pero, ¿yo por qué debería hacer un viaje así? ¿A mí quién me lo concede? Yo no soy Eneas, yo no soy Pablo. Esto es algo que ni yo, ni nadie más, me consideraría nunca a la altura para hacer. Por eso, si me estoy dejando llevar en esta travesía, temo que me esté equivocando y cometiendo una tontería. Temo que sea temerario de mi parte, y que al final resulte castigado por querer sobrepasar lo permitido. Tú que eres sabio, puedes entender mucho mejor lo que trato de explicar.  

Fue así, como cuando uno desecha lo que ya no se quiere, pero que antes se anhelaba intensamente. Como cuando te llegan nuevas ideas y cambias de parecer, tanto, que se desvía por completo tu objetivo inicial. Así me encontraba de ánimo en esos oscuros páramos, pues me había dado cuenta que se había agotado en mí la idea del viaje, al que tan prontamente y sin pensarlo mucho, me había aferrado.

–Si entiendo bien lo que estás tratando de decirme -contestó el magnánimo espíritu-, veo que tu alma está corrupta, se ha envilecido con la pusilanimidad, con el desánimo que obstaculiza a los hombres de realizar grandes proezas, de hazañas dignas de ser vividas. Actúas como los animales que se espantan con su propia sombra.

Con tal de que te liberes de tu insensato miedo, te contaré qué estoy haciendo aquí, por qué te he venido a buscar. Así como aquello que me fue dicho la primera vez que supe de ti, que me hizo sentir piedad y consideración de tu persona. Escucha bien entonces; me encontraba yo entre mis iguales, suspendido entre las almas del Limbo, cuando me percaté que una mujer de belleza celestial me llamaba, en ese instante me puse a sus órdenes. Sus ojos, en ese fondo de eterna oscuridad, contenían más brillo que las propias estrellas. Comenzó a hablarme con una voz tan suave y amena, que descubrí en ella la forma en la que hablan los ángeles.

Me dijo; “Oh, noble alma mantuana, cuya fama aún vive entre los seres y perdurará cuanto dure vivo el mundo, escucha mi plegaria; aquel que alguna vez me amó sin freno alguno, ha extraviado su camino, se encuentra perdido y en este momento va camino de regreso a la selva oscura, resbalando por una pendiente, pues el miedo se ha apoderado de él. ¡Oh, cuánto temo, por aquello que logré oír en el cielo sobre su situación, haber llegado ya demasiado tarde para socorrerlo! Te pido; ¡ve tú, ayúdalo, haz uso de tu don de palabra! Él lo sabrá apreciar. Por favor, no repares en usar todo lo que te sea necesario para salvarlo, si lo logras, podré entonces encontrar consuelo. Yo, quien te solicita esta empresa, soy Beatriz y vengo desde el lugar al que todas las almas anhelan llegar. Si he salido y bajado desde ahí para venir a hablarte, fue porque este amor que siento me ha empujado a hacerlo. Si después de haberme explicado, está en tu sentir aceptar lo que te pido, yo, cada vez que esté delante de mi señor, no me cansaré de elogiar tus virtudes.”

Después calló, esperando mi respuesta.

“Oh, mujer -inicié-, eres la clara representante de la virtud por la cual, el ser humano es que supera a todas las demás criaturas existentes bajo el cielo, bajo la luna. Permíteme comentarte, tanto me agrada tener una petición tuya y tan dispuesto estoy a atenderla que, si en este momento la hubiera ya cumplido, sentiría que me habría tardado en complacerte. Basta con que me digas cuál es tu voluntad, para que yo la haga. Por mi parte sólo te pido, por favor, me compartas la razón por la cual te ves tan tranquila, sin temor de bajar a estas profundidades del centro de la Tierra, tú que vienes desde el cielo más alto, al que sin duda anhelas estar de regreso en cuanto antes.”

“Ya que estás interesado en conocer tan a fondo los motivos por los que he venido -me respondió la angelical mujer-, te diré el porqué no temo estar aquí abajo. A decir verdad, uno debe temer sólo a aquello que pueda hacernos daño, y a nada más. Todo lo que no tenga la posibilidad de lastimarnos, no debe provocarnos el más mínimo miedo. Yo fui hecha por el creador, por su gracia y de tal modo, que la miseria de este lugar no podría siquiera tocarme, ninguna flama de este incendio infernal podría tampoco siquiera rozarme.

Ahora bien, debes saber que hay en el cielo una mujer, tan gentil, que se ha compadecido de esta grave situación, en la que te he pedido que intercedas, a tal punto que ha infringido la sentencia dictada allá arriba. Ella, tan noble, llamó a la mártir y santa, Lucía, la protectora de la visión, y le pidió que acudiera en rescate de su devoto, el cual se encontraba obstaculizado por tres grandes bestias en ese momento. Lucía, enemiga de todo tipo de crueldad, reaccionó de inmediato y llegó ante mí, que sentaba junto a Raquel, antigua mujer, símbolo de la vida contemplativa, y me dijo:

–Beatriz, tu virtud y belleza son un auténtico elogio al creador, pero, ¿por qué es que no vas en camino a socorrer a aquel que te amó con tanta fuerza, tanta, que su amor por ti lo hizo sobresalir por encima de los demás hombres comunes? ¿Acaso no escuchas la angustia de su llanto, no ves cómo combate contra la muerte en ese tempestuoso remolino de pasiones, en el que es arrastrado con más ímpetu de lo que el mismo mar pudiera ser capaz?

No hubo nunca en el mundo alguien tan rápido a actuar en favor de su propio interés, o de huir de algún peligro, como lo fui yo después de haber escuchado estas palabras que me fueron dirigidas. En ese instante bajé de mi asiento celestial y vine a presentarme ante ti, poeta, pues me encomiendo a la fama que te precede de tener un lenguaje honesto, que honra tanto a tu persona, como a quienes te han escuchado.” 

Después de haberme dado esta explicación, que yo no merecía, retiró la mirada girando la cabeza y dirigiendo los ojos, resplandecientes de lágrimas, hacia otro lado.  Viendo esto, me apresuré en cuanto antes a venir lo más rápido que me fuera posible. Y vine ante ti, tal como ella me lo pidió; a socorrerte, pues fui yo quien ahuyentó a esa loba hambrienta que te impedía el paso a la cima de la colina. Habiéndote dicho esto, te pregunto entonces, ¿qué te sucede? ¿por qué o para qué te detienes? ¿por qué permites que se adentre tanta vileza en tu corazón? ¿por qué no tienes el coraje y la determinación para avanzar? Más ahora, que estás enterado que tres santas mujeres ven por ti en la corte del Paraíso, y que mis palabras te prometen alcanzar un bien tan grande.

Así, como las pequeñas flores que tiritan vencidas y cerradas por el gélido frio de la noche, que cuando son apenas tocadas por los primeros rayos de luz y calor, se enderezan, irguiendo el tallo, abriéndose hacia lo alto. Así como ellas, adquirí yo también la misma fuerza de voluntad para alzarme después de haber escuchado las palabras de Virgilio, y regresó a mi corazón la determinación para decir con toda franqueza:

–¡Oh, cuánto es piadosa la mujer que acude a mi socorro! ¡Y cuánto eres cortés, poeta, pues has obedecido al instante las palabras sinceras que ella te dirigió! Tú, con tu don de palabra, en verdad has logrado disponer a mi corazón de tal modo que se encuentra deseoso de emprender el viaje contigo. He regresado a aferrarme al propósito originario. Ahora, pues, partamos, ya que de nuevo tenemos la misma intención. Tú eres mi guía, mi señor, mi maestro. ¡Vayamos! 

Y entré por un camino alto y difícil.

Infierno; Canto I

VII Centenario Dantesco

Este 25 de marzo, se cumplen los 721 años del inicio del legendario viaje del sumo poeta, Dante Alighieri, al punto más alto del Paraíso, pasando por el Infierno y el Purgatorio.

Claro, esta es una fecha literaria, es el día en el que el autor decidió que transcurriera el inicio de su obra, la cual, realmente terminó de ser escrita unos meses antes de su muerte, en 1321. Por este motivo, en este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.

Para conmemorarlo, nos sumamos a los festejos compartiendo una sorpresa especial; el CANTO I del INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el que nos encontramos trabajando en este momento.

¡Qué sea de provecho!

Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.


INFIERNO

Canto I – Proemio

A la mitad del camino de nuestra vida como humanos, a mis 35 años, me encontré, repentinamente, perdido dentro de una selva oscura y llena de toda clase de peligros, pues en algún momento, sin percatarme, me había extraviado de la recta vía; del camino que conduce a los hombres a la auténtica felicidad. ¡Cómo me resulta difícil, y al mismo tiempo penoso, intentar describir esta selva que además de salvaje, era violentamente áspera y dificultosa, tanto que de tan sólo recordarla me sobrecoge de nuevo el miedo terrible que sentí al estar ahí!   

Puedo decir que ella es la causa de grandes angustias y amarguras, casi al grado que la podríamos comparar con la misma muerte, pero para poder hablarles del enorme bien que ahí pude hallar, tendré que contarles sobre las demás cosas que vi en este lugar. Para empezar, no logro siquiera recordar el cómo haya yo entrado, pero sé que fue por no darme cuenta de que conducía mi vida como un ciego, a tientas, ofuscado por la oscuridad que de manera inconsciente provocaba con mis actos torcidos y con los errores que no me atrevía a reconocer. Viviendo en ese estado de maldita somnolencia, fue que entré en la selva dormido. Estando ahí, sin haber dejado de recorrerla, fui a dar al pie de una colina, justo donde acaba este tenebroso valle que ha llenado de pesares y miedos mi corazón. Allí, alcancé a subir la mirada y pude ver con asombro cómo su contorno comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del sol que, con la claridad de su luz, revela la vía correcta por donde transitar a todos los hombres que la buscan. Eso fue suficiente para que el miedo que había llegado ya a lo más profundo de mi ser, y que me había hecho pasar la noche sumergido en un agitado mar de ansiedad, se aquietara un poco.   

Así como un náufrago que después del desastre, cuando por milagro logra llegar a una orilla, y aún jadeante y tembloroso se voltea para dirigir la mirada hacia las peligrosas aguas de las que a duras penas se ha salvado, contemplando con alivio lo que tan sólo unos instantes antes amenazaba, con toda seguridad, arrebatarle la vida; justo con ese ánimo de sobreviviente dirigí mi mirada hacia el valle que dejaba atrás, hacia la selva que no ha dejado a nadie vivo, nunca. Tuve que detenerme a descansar mientras subía, pues el cuerpo, de por sí débil, se agotó rápidamente por el rigor del ascenso. Después de un momento, seguí mi camino andando por una de las laderas desiertas de la colina, tan escarpada que el único pie que me mantenía firme mientras avanzaba, era el que iba quedando atrás en cada paso.   

Fue aquí, casi al comienzo de mi subida, que surgió de la nada una pantera. Se mostraba ligera, continuaba moviéndose de un lado a otro, siempre delante de mí, acechándome con una agilidad pasmosa, por momentos se encontraba tan cerca que podía distinguir sin problemas los patrones de su pelaje maculado. La presencia de este animal, con su continuo rondar amenazante frente a mí, comenzaba a dificultarme avanzar, lo suficiente para que empezara a pasar varias veces por mi mente la idea de claudicar en mi ascenso, o incluso de retroceder lo que había ya subido.  

Eran los primeros minutos de la mañana y coincidentemente el sol surgía bajo la constelación de Aries, igual que en los primeros instantes de la creación del universo y del origen del tiempo, cuando el amor primigenio echó a andar el movimiento de los cuerpos celestes y de todas las demás cosas bellas por primera vez. Así que, pensándolo bien, por encontrarme en estos momentos tan propicios y con la primavera a cuestas, no podía más que sentir la inspiración de depositar mi esperanza en superar a esta bestia de pelaje moteado. Tengo que decir que, por desgracia, esta inspiración no duró mucho, pues no fue suficiente para evitar dejarme invadir por el miedo terrible al ver que ahora se había incorporado al asedio contra mí, también un león. Este, con su enorme cabeza y con un hambre que se manifestaba tan rabiosa que daba la impresión que incluso el aire a su alrededor temblaba de miedo. Parecía dispuesto a lanzarse sobre mí en cualquier momento.  

Fue en este punto que apareció una loba, tan delgada y seca que me hizo pensar que en su raquítico ser llevaba cargando el hambre insaciable de todos los deseos insatisfechos de la humanidad, el tipo de hambre que empuja a vivir de formas míseras y sumidos en la tristeza a una gran cantidad de personas. Su imagen me dobló. Me generó tal angustia y terror su aspecto tan crudo, que perdí por completo la esperanza de subir la colina y encontrar desde ahí la vía para salvarme de este lugar, en el que parece que estoy condenado. Justo como aquel apostador que sin cesar se regocija de las ganancias que va acumulando de la manera más ávida, y que sin siquiera esperarlo le llega el momento de perderlo todo, reduciéndose a un mar de llanto y tristeza; así terminó por reducir mi ánimo esta última bestia que, lanzándose sin parar sobre mí, me fue empujando, presionándome cada vez más hacia abajo, de regreso a la región donde el sol calla y gobierna la oscuridad.   

He caído de vuelta en este horrendo valle, pero mientras resbalo hacia lo profundo de él, logro distinguir con esfuerzo lo que el largo silencio del sol no me había permitido reconocer; una silueta, había alguien ahí.  

–¡Ten piedad de mí -le alcancé a gritar despavorido-, sea lo que seas, un espectro o un hombre de carne y hueso!  

–Ya no soy un hombre, alguna vez lo fui –me respondió presentándose-, mis padres eran de Lombardía, ambos originarios de la mítica ciudad de Mantua. Yo nací, aunque sólo hayan sido los últimos años, cuando aún gobernaba Julio César, viví y obtuve fama bajo el gobierno del buen Augusto en los tiempos en los que nos regían los falsos dioses paganos. Fui poeta y canté sobre la gesta de aquel hijo tan justo que tuvo Anquises, el que logró, después de un sueño, escapar unos instantes antes de la quema y destrucción de la espléndida Troya. ¿Y tú -se dirigió hacia mí con un tono de reproche- por qué es que vas camino de regreso a esta selva de tormentos, por qué, si tienes la fortuna de haber encontrado la colina que te mostrará el camino hacia el principio y la causa de toda felicidad, no estás subiéndola?  

–¿Entonces eres tú el famoso Virgilio –contesté inclinando la cabeza, tanto por reverencia como por vergüenza-, la fuente de donde brota uno de los ríos más amplios y que más expande de riqueza la poesía? ¡Eres la luz que guía a muchos otros poetas! A mí ha sido de mucho provecho el estudio tan minucioso y con tanto amor que he dedicado a tu obra. Tú eres mi maestro, mi modelo a seguir; tú eres el único de quien he aprendido el estilo de escritura del cual yo mismo me precio. Te pido que mires –le dije señalándole la loba-, a la bestia que me ha obligado a regresar mis pasos hasta este lugar. ¡Ayúdame por favor, gran sabio, me provoca tanto pavor que hace temblar de miedo hasta mi última gota de sangre!   

 –La verdad, peregrino, es que tú tendrás que hacer otro viaje –me confiesa mientras observa cómo me he quebrado en llanto-, si lo que quieres es salvarte de este lugar salvaje. Esta loba -continuó-, que tanto te hace gritar, no deja pasar a nadie, has tenido suerte, pues siempre termina matando a todos los que lo intentan. Su perversa naturaleza es de tanta maldad, que nunca logra, ni logrará, saciar esa hambre voraz, tanto así que cada vez que devora a alguien, termina aún más hambrienta. Son muchas las bestias con las que se asocia en su maligna tarea, pero cada vez serán más y más, hasta aquel día en el que vendrá un galgo destinado a cazarla, entonces la hará agonizar hasta por fin matarla. Un galgo de origen humilde que no tendrá ningún interés en bienes materiales, ni la posesión de tierras o de oro lo corromperá, sino que se fijará en cultivar el conocimiento, el amor y las virtudes. Te vaticino que será la salvación de esta tierra, de la humilde Italia por la que grandes héroes como Euríalo y Niso, o Turno y la virginal Camila, dieron su vida en batalla. Él irá corriendo esta bestia de todas las ciudades en las que haya hecho su guarida, la perseguirá hasta que, habiéndola cazado, la envíe de regreso al Infierno, de donde el mismo Lucifer, por envidia a la humanidad, la liberó para atormentarnos.   

Así que considero que por tu propio bien, de ahora en adelante me sigas, yo seré tu guía. Vendrás conmigo y te sacaré de aquí, viajando a través de uno de los lugares eternos y uno de los mundos de la ultratumba. Ahí escucharás los gritos de desesperación y verás las penas que sufren los espíritus que han muerto desde las épocas remotas, antiguas almas que no cesan de vociferar sus propias condenas. Verás también a aquellos que aun estando sufriendo dentro del fuego, se encuentran agradecidos, pues esperan llegar, tarde o temprano, a estar entre las almas más elevadas. Ya tú, si quisieras subir también entre estas últimas, habrá un alma mucho más digna de lo que yo pudiera ser, esperándote para guiarte en tu ascenso. En ese punto, que es hasta dónde yo puedo llegar, te entregaré a ella y me iré, pues el emperador que reina allá arriba tiene prohibido el ingreso a personas como yo, que nunca acatamos su ley. Él, realmente, gobierna sobre todo lo creado, pero allá en los cielos, desde lo alto de su trono, reina plenamente. ¡Oh felices aquellos a los que destina a estar en su compañía!  

–¡Poeta! -me dirigí hacia él- En el nombre del creador, cuya ley no acataste porque no naciste en tiempo para conocerla, te digo; quiero huir de este lugar, salvarme de la maldad y de las graves consecuencias que ella arrastra. ¡Te lo suplico! Condúceme por donde me acabas de decir, permíteme estar frente a las puertas de la purificación y ver también a los que me describes de manera tan aterradora.  

Entonces se echó a andar, y yo lo seguí.


Roma (I)

Escrito en italiano por Daniela Lorenzo.
Traducción al español de Pablo Castañón.


Roma: Com’è stata fondata

Roma è chiamata “la città eterna”, perché è una città che ha visto i più importanti avvenementi dell’umanità. Una città sinonimo di storia, cultura ed arte: contenente dei più grandi segreti del mondo antico. Indubbiamente, possiamo dire che è una città che ha visto la nascita e lo sviluppo di una delle civilizzazioni più importanti al mondo, quella romana appunto è stata una di quelle che ha dato forma alla nostra realtà e quotidianità fino adesso. Roma; una città che si vanta di un grande potere e una maestosa presenza storica piena di notevoli personaggi da lodare.

Proprio per questo motivo è rilevante conoscere l’origine di questa città unica al mondo. La data della fondazione di Roma risale al 21 aprile 753 a.c. C’è una leggenda che ci racconta un po’ com’è emersa la città, questa narra che venne fondata da Romolo, discendente dalla stirpe reale di Alba Longa (un’antica città situata nell’attuale regione del Lazio). La leggenda ci spiega che Numitore, erede del trono di Alba Longa, fu spodestato dal suo fratello Amulio. Lui ha anche costretto la nipote Rea Silva, la figlia di Numitore, di fare un voto di castità per non avere più eredi che potessero portargli via il trono e diventassero re in futuro.

Tuttavia, il dio Marte s’inammorò di Rea Silva ed ebbero insieme due bambini gemelli, che non erano altri che Romolo e Remo. Quando Amulio li scoprì, chiese ai suoi soldati di ucciderli, ma loro non sono riusciti a toglierli la vita a due piccoli bambini e li abbandonano vicino al fiume Tevere. I due neonati vengono poi trovati, alimentati e accuditi da una lupa. Si pensa che questa lupa non fosse propio un animale, però, una donna di facili costumi. Oggi sappiamo che il termine “lupa” veniva utilizzato in quel tempo come una parola peggiorativa verso le prostitute.

Passato qualche anno, quando i gemelli finalmente crebbero e scoprirono il loro origine, sono tornati ad Alba Longa e hanno ammazzato Amulio, riportando così il trono della città al loro nonno Numitore. Come ringraziamento a Romolo e Remo, li è stato concesso il permesso di costruire una città nuova. Romolo voleva chiamarla Roma; Remo voleva invece chiamarla Remora. Purtroppo, i due fratelli litigarono tra di loro ed alla fine, Romolo uccise Remo.  Ed è così come Romolo fonda la città di Roma e ne prese il potere, diventando il primo dei sette re di Roma.


Traducción al español:

Roma: Cómo fue fundada

Roma es llamada “La ciudad eterna”, debido a que es una ciudad que ha visto los sucesos más importantes de la humanidad. Una urbe sinónimo de historia, cultura y arte; poseedora de los más grandes secretos del mundo antiguo. Indudablemente, podemos decir que ha visto el nacimiento y el desarrollo de una de las civilizaciones protagonistas de la historia; la romana, justamente, fue una de las que le dieron forma a nuestra realidad y a nuestra vida cotidiana hasta el día de hoy. Roma: una ciudad que nos presume de su imponente poder y su majestuosa presencia histórica, llena de personajes dignos de elogiar.

Precisamente por esto es relevante conocer el origen de esta ciudad, única en el mundo. La fecha de la fundación de Roma se remonta al 21 de abril del año 753 a.e.c. Hay una leyenda que nos cuenta un poco cómo emerge la ciudad, esta narra que fue fundada por Rómulo, descendiente de la estirpe real de Alba Longa (Una antigua ciudad situada en la actual región del Lacio). Cuenta la leyenda que Numitor, heredero del trono de Alba Longa, fue derrocado por su hermano Amulio. Y que él obligó a su sobrina Rea Silva, la hija de Numitor, a hacer un voto de castidad, de este modo no fuera a tener un heredero legítimo, que en un futuro pudiera convertirse en rey y le quitara el trono al golpista.

Sin embargo, el dios Marte se enamoró de Rea Silva y engendraron a dos hijos gemelos, quienes resultarán ser ni más ni menos que Rómulo y Remo. Cuando Amulio lo descubrió, ordenó a sus soldados que los mataran, pero ninguno de ellos fue capaz de quitarle la vida a los dos pequeños bebés, así que los abandonaron cerca del río Tíber. Los dos recién nacidos fueron encontrados, alimentados y cuidados por una loba. Se cree que esta loba no fuera exactamente un animal, sino una mujer de la vida galante. Hoy sabemos que el término «loba» (lupa en italiano) se usaba en esos tiempos como una palabra peyorativa hacia las prostitutas.

Pasados algunos años, cuando los gemelos finalmente crecieron y descubrieron su origen, regresaron a Alba Longa y allí mataron a Amulio; devolviéndole entonces el trono de la ciudad a su abuelo Numitor. Como agradecimiento, a Rómulo y a Remo les fue concedido el permiso de construir una nueva ciudad. Rómulo quería llamarla Roma, Remo, en cambio, quería llamarla Remora. Desafortunadamente, los dos hermanos pelearon entre ellos por este motivo y al final, Rómulo terminó matando a Remo. Fue así cómo Rómulo fundó Roma y se hizo con el poder de ella, convirtiéndose en el primero de los siete reyes de la ciudad eterna.

Escritos por la comunidad

Esta es una iniciativa del Instituto Polýglottos que busca activar a los estudiantes mediante la investigación, escritura y divulgación de temas relevantes al idioma que se encuentran estudiando. Creemos que esta es una manera más de crear comunidad y desarrollar aún más nuestras habilidades.

Nuevas entradas en tu correo