Traducción al español del pequeño texto en el que el historiador de arte italiano, Enrico Maria Dal Pozzolo, nos abre los ojos a algo sorprendente: cómo es que no hemos visto nunca a la verdadera Mona Lisa, y cómo es que se debería de ver.

El cuadro más famoso del mundo es la Gioconda, sin embargo nadie lo ha visto realmente (fig. 1). En el sentido de que nadie ha visto cómo es debajo de esa espesísima capa de suciedad y barnices oxidados que la recubre. Hoy en día, la piel de la mujer tiene un color ámbar, como si hubiera estado pintada con abundante maquillaje; el cielo es verde, igual que los montes a lo lejos; todo se encuentra como cristalizado en una crisálida de color opaco que no corresponde a la creación original. Si no se tratara de la Gioconda, la obra ya se hubiera restaurado desde hace tiempo, sobre todo porque sabemos, casi exactamente, cómo se vería si se le realizase una limpieza profunda.
Desde hace unos años, de hecho, de las bodegas del Museo del Prado en Madrid, resurgió una copia realizada dentro del taller del mismo Leonardo da Vinci, que muestra a una Gioconda con colores muy diferentes: la tez es clara, el cielo es azul, la mangas son rojas y no marrones… (fig. 2). ¿Por qué, entonces, la Gioconda continua quedándose con ese aspecto que el tiempo y los antiguos restauradores han terminado por conferirle? La razón es muy simple. Porque, si se le hiciera un restauro, perderíamos la imagen del cuadro tal y como lo conocemos ahora: justo esa ‘emblemática apariencia‘.
Es decir, le sucedería lo mismo que le pasó, después de la restauración, a los frescos de Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina. Impecablemente limpiados por Gianluigi Colalucci y su equipo de restauradores en una intervención que duró varios años, estos emergieron tal y como los había concebido su autor (frescos, claros, brillantes, con plasticidad), pero muy distintos de como estábamos acostumbrados a verlos, o sea, como decía Federico Zeri, color café latte. Surgieron, debido al restauro, una infinidad de polémicas, con incluso expertos importantes que alzaron la voz por el desastre que habían previsto, por los estragos irreparables.
Teniendo esto en mente, ninguno de los directores del Louvre que hasta ahora ha ocupado el cargo, ha considerado en destruir la ‘emblemática apariencia‘ que tiene, y exponerse con eso a las polémicas que conllevaría, que en el caso de la Gioconda, serían mucho más furiosas.
Testo originale in Italiano:

Il quadro più famoso del mondo è la Gioconda, eppure nessuno lo ha visto davvero (fig. 1). Nel senso che nessuno lo ha visto per come è sotto lo spessissimo strato di sporco e vernici ossidate che lo ricopre. Ora come ora la pelle della donna ha una coloritura ambrata, come se fosse stata integralmente truccata con un pesante fondotinta; il cielo è verde, al pari dei monti in lontananza; tutto è cristallizzato in un bozzolo cromatico che non corrisponde all’impostazione originale. Se non si trattasse della Gioconda, il dipinto sarebbe stato restaurato da tempo, anche perché siamo in grado di sapere quasi esattamente come si presenterebbe qualora si operasse una pulitura accorta.
Da qualche anno, infatti, nei depositi del Prado a Madrid è riemersa una copia realizzata all’interno della bottega di Leonardo che mostra la Gioconda con colori diversissimi: la carnagione è chiara, il cielo azzurro, le maniche rosse e non marroni… (fig. 2). Perché dunque la Gioconda continua a rimanere nell’aspetto che il tempo e gli antichi restauratori le hanno conferito? La ragione è molto semplice. Perché, in caso di restauro, perderemmo l’immagine del quadro così come lo conosciamo ora: appunto l’icona.
Insomma, succederebbe quello che è capitato a seguito del restauro degli affreschi di Michelangelo nella Cappella Sistina. Impeccabilmente ripuliti da Gianluigi Colalucci e dalla sua équipe nel corso di un intervento durato vari anni, riapparvero come Michelangelo li aveva concepiti (freschi, chiari, brillanti, plastici) ma molto diversamente da come eravamo stati abituati a conoscerli: ossia, come diceva Federico Zeri, color caffè latte. Ne sortirono polemiche a non finire, con esperti anche importanti che gridarono al disastro annunciato, allo scempio irrisarcibile.
Immaginando tutto ciò, i vari direttori del Louvre fino ad ora succedutisi non hanno ritenuto di distruggere l’icona e di esporsi a polemiche che nel caso della “Gioconda” sarebbero ancor più furiose.
(di/de Enrico Maria Dal Pozzolo, traduzione/traducción Luis Jiménez Chargoy)