Traducción al español del pequeño texto en el que el historiador de arte italiano, Enrico Maria Dal Pozzolo, nos abre los ojos a algo sorprendente: cómo es que no hemos visto nunca a la verdadera Mona Lisa, y cómo es que se debería de ver.
La Gioconda 1503-1519, Leonardo da Vinci, Museo del Louvre, fig.1
El cuadro más famoso del mundo es la Gioconda, sin embargo nadie lo ha visto realmente (fig. 1). En el sentido de que nadie ha visto cómo es debajo de esa espesísima capa de suciedad y barnices oxidados que la recubre. Hoy en día, la piel de la mujer tiene un color ámbar, como si hubiera estado pintada con abundante maquillaje; el cielo es verde, igual que los montes a lo lejos; todo se encuentra como cristalizado en una crisálida de color opaco que no corresponde a la creación original. Si no se tratara de la Gioconda, la obra ya se hubiera restaurado desde hace tiempo, sobre todo porque sabemos, casi exactamente, cómo se vería si se le realizase una limpieza profunda.
Desde hace unos años, de hecho, de las bodegas del Museo del Prado en Madrid, resurgió una copia realizada dentro del taller del mismo Leonardo da Vinci, que muestra a una Gioconda con colores muy diferentes: la tez es clara, el cielo es azul, la mangas son rojas y no marrones… (fig. 2). ¿Por qué, entonces, la Gioconda continua quedándose con ese aspecto que el tiempo y los antiguos restauradores han terminado por conferirle? La razón es muy simple. Porque, si se le hiciera un restauro, perderíamos la imagen del cuadro tal y como lo conocemos ahora: justo esa ‘emblemática apariencia‘.
Es decir, le sucedería lo mismo que le pasó, después de la restauración, a los frescos de Miguel Ángel Buonarroti en la Capilla Sixtina. Impecablemente limpiados por Gianluigi Colalucci y su equipo de restauradores en una intervención que duró varios años, estos emergieron tal y como los había concebido su autor (frescos, claros, brillantes, con plasticidad), pero muy distintos de como estábamos acostumbrados a verlos, o sea, como decía Federico Zeri, color café latte. Surgieron, debido al restauro, una infinidad de polémicas, con incluso expertos importantes que alzaron la voz por el desastre que habían previsto, por los estragos irreparables.
Teniendo esto en mente, ninguno de los directores del Louvre que hasta ahora ha ocupado el cargo, ha considerado en destruir la ‘emblemática apariencia‘ que tiene, y exponerse con eso a las polémicas que conllevaría, que en el caso de la Gioconda, serían mucho más furiosas.
Testo originale in Italiano:
La Gioconda 1503-1516, anónimo, copia del Museo del Prado, fig. 2
Il quadro più famoso del mondo è la Gioconda, eppure nessuno lo ha visto davvero (fig. 1). Nel senso che nessuno lo ha visto per come è sotto lo spessissimo strato di sporco e vernici ossidate che lo ricopre. Ora come ora la pelle della donna ha una coloritura ambrata, come se fosse stata integralmente truccata con un pesante fondotinta; il cielo è verde, al pari dei monti in lontananza; tutto è cristallizzato in un bozzolo cromatico che non corrisponde all’impostazione originale. Se non si trattasse della Gioconda, il dipinto sarebbe stato restaurato da tempo, anche perché siamo in grado di sapere quasi esattamente come si presenterebbe qualora si operasse una pulitura accorta.
Da qualche anno, infatti, nei depositi del Prado a Madrid è riemersa una copia realizzata all’interno della bottega di Leonardo che mostra la Gioconda con colori diversissimi: la carnagione è chiara, il cielo azzurro, le maniche rosse e non marroni… (fig. 2). Perché dunque la Gioconda continua a rimanere nell’aspetto che il tempo e gli antichi restauratori le hanno conferito? La ragione è molto semplice. Perché, in caso di restauro, perderemmo l’immagine del quadro così come lo conosciamo ora: appunto l’icona.
Insomma, succederebbe quello che è capitato a seguito del restauro degli affreschi di Michelangelo nella Cappella Sistina. Impeccabilmente ripuliti da Gianluigi Colalucci e dalla sua équipe nel corso di un intervento durato vari anni, riapparvero come Michelangelo li aveva concepiti (freschi, chiari, brillanti, plastici) ma molto diversamente da come eravamo stati abituati a conoscerli: ossia, come diceva Federico Zeri, color caffè latte. Ne sortirono polemiche a non finire, con esperti anche importanti che gridarono al disastro annunciato, allo scempio irrisarcibile.
Immaginando tutto ciò, i vari direttori del Louvre fino ad ora succedutisi non hanno ritenuto di distruggere l’icona e di esporsi a polemiche che nel caso della “Gioconda” sarebbero ancor più furiose.
(di/de Enrico Maria Dal Pozzolo, traduzione/traducción Luis Jiménez Chargoy)
En este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.
Para conmemorarlo, nos sumamos a los festejos compartiendo una sorpresa especial; el INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto, que es el CANTO II, forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el cual nos encontramos trabajando en este momento.
¡Qué sea de provecho!
Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.
INFIERNO
Canto II
Se acaba el día, la atmósfera se oscurece, todos los seres vivientes sobre la tierra comienzan a descansar, a recuperarse de las fatigas acumuladas de una jornada más de vida. En cambio yo, a diferencia del resto de ellos, me preparaba para soportar los tormentos de una travesía que, desde ese momento, me generaba una terrible angustia, pero que mi memoria intentó registrar lo mejor que pudo para que la pudiera contar. ¡Musas, ayúdenme a explicar lo que viví! ¡Ven a mí, inspiración poética, para que pueda describir lo visto por mis propios ojos! Aquí es donde pondré a prueba la capacidad de mi intelecto.
–¡Poeta –inquieto, rompí el silencio mientras caminábamos-, tú que eres mi guía, te pido, por favor, que consideres bien mis debilidades y alcances, antes de someterme a este arriesgado viaje por un mundo ultra terrenal! Tú has escrito que el padre de Silvio, Eneas, estando todavía vivo, visitó uno de estos lugares eternos con todo y su cuerpo. Sin embargo, es claro para cualquiera que conozca esta hazaña que, si el gran enemigo del mal le permitió tal cortesía, es porque se puede justificar completamente debido a la grandeza de su persona, pensemos tan sólo en las extraordinarias consecuencias que surgieron de la historia de su vida, eso, sin contar si quiera que su madre era la misma diosa Venus. Él fue elegido desde lo más alto de los cielos para ser el fundador de la estirpe romana y de su gran imperio. Su destino fue el de ser él, el motor que dio origen a Roma que, bueno, seamos sinceros, viendo las cosas así, es todavía más fácil darse cuenta cómo la voluntad divina ya la había también predestinado para ser la sede de la ciudad santa. Gracias, justamente, a ese viaje que conocemos por ti, Eneas pudo escuchar de la boca de su difunto padre los detalles que le aseguraron su eventual victoria, con la que finalmente afianzó el advenimiento de la ciudad eterna.
Ahora, pensemos un momento en el gran Pablo, a quien también se le concedió la gracia de hacer un viaje al más allá, donde le fue mostrado el Paraíso en su ascenso por los cielos. Él, que desbordaba santidad, fue el instrumento para que se sostuviera la fe, para que se volviera firme el camino que conduce a la salvación. Pero, ¿yo por qué debería hacer un viaje así? ¿A mí quién me lo concede? Yo no soy Eneas, yo no soy Pablo. Esto es algo que ni yo, ni nadie más, me consideraría nunca a la altura para hacer. Por eso, si me estoy dejando llevar en esta travesía, temo que me esté equivocando y cometiendo una tontería. Temo que sea temerario de mi parte, y que al final resulte castigado por querer sobrepasar lo permitido. Tú que eres sabio, puedes entender mucho mejor lo que trato de explicar.
Fue así, como cuando uno desecha lo que ya no se quiere, pero que antes se anhelaba intensamente. Como cuando te llegan nuevas ideas y cambias de parecer, tanto, que se desvía por completo tu objetivo inicial. Así me encontraba de ánimo en esos oscuros páramos, pues me había dado cuenta que se había agotado en mí la idea del viaje, al que tan prontamente y sin pensarlo mucho, me había aferrado.
–Si entiendo bien lo que estás tratando de decirme -contestó el magnánimo espíritu-, veo que tu alma está corrupta, se ha envilecido con la pusilanimidad, con el desánimo que obstaculiza a los hombres de realizar grandes proezas, de hazañas dignas de ser vividas. Actúas como los animales que se espantan con su propia sombra.
Con tal de que te liberes de tu insensato miedo, te contaré qué estoy haciendo aquí, por qué te he venido a buscar. Así como aquello que me fue dicho la primera vez que supe de ti, que me hizo sentir piedad y consideración de tu persona. Escucha bien entonces; me encontraba yo entre mis iguales, suspendido entre las almas del Limbo, cuando me percaté que una mujer de belleza celestial me llamaba, en ese instante me puse a sus órdenes. Sus ojos, en ese fondo de eterna oscuridad, contenían más brillo que las propias estrellas. Comenzó a hablarme con una voz tan suave y amena, que descubrí en ella la forma en la que hablan los ángeles.
Me dijo; “Oh, noble alma mantuana, cuya fama aún vive entre los seres y perdurará cuanto dure vivo el mundo, escucha mi plegaria; aquel que alguna vez me amó sin freno alguno, ha extraviado su camino, se encuentra perdido y en este momento va camino de regreso a la selva oscura, resbalando por una pendiente, pues el miedo se ha apoderado de él. ¡Oh, cuánto temo, por aquello que logré oír en el cielo sobre su situación, haber llegado ya demasiado tarde para socorrerlo! Te pido; ¡ve tú, ayúdalo, haz uso de tu don de palabra! Él lo sabrá apreciar. Por favor, no repares en usar todo lo que te sea necesario para salvarlo, si lo logras, podré entonces encontrar consuelo. Yo, quien te solicita esta empresa, soy Beatriz y vengo desde el lugar al que todas las almas anhelan llegar. Si he salido y bajado desde ahí para venir a hablarte, fue porque este amor que siento me ha empujado a hacerlo. Si después de haberme explicado, está en tu sentir aceptar lo que te pido, yo, cada vez que esté delante de mi señor, no me cansaré de elogiar tus virtudes.”
Después calló, esperando mi respuesta.
“Oh, mujer -inicié-, eres la clara representante de la virtud por la cual, el ser humano es que supera a todas las demás criaturas existentes bajo el cielo, bajo la luna. Permíteme comentarte, tanto me agrada tener una petición tuya y tan dispuesto estoy a atenderla que, si en este momento la hubiera ya cumplido, sentiría que me habría tardado en complacerte. Basta con que me digas cuál es tu voluntad, para que yo la haga. Por mi parte sólo te pido, por favor, me compartas la razón por la cual te ves tan tranquila, sin temor de bajar a estas profundidades del centro de la Tierra, tú que vienes desde el cielo más alto, al que sin duda anhelas estar de regreso en cuanto antes.”
“Ya que estás interesado en conocer tan a fondo los motivos por los que he venido -me respondió la angelical mujer-, te diré el porqué no temo estar aquí abajo. A decir verdad, uno debe temer sólo a aquello que pueda hacernos daño, y a nada más. Todo lo que no tenga la posibilidad de lastimarnos, no debe provocarnos el más mínimo miedo. Yo fui hecha por el creador, por su gracia y de tal modo, que la miseria de este lugar no podría siquiera tocarme, ninguna flama de este incendio infernal podría tampoco siquiera rozarme.
Ahora bien, debes saber que hay en el cielo una mujer, tan gentil, que se ha compadecido de esta grave situación, en la que te he pedido que intercedas, a tal punto que ha infringido la sentencia dictada allá arriba. Ella, tan noble, llamó a la mártir y santa, Lucía, la protectora de la visión, y le pidió que acudiera en rescate de su devoto, el cual se encontraba obstaculizado por tres grandes bestias en ese momento. Lucía, enemiga de todo tipo de crueldad, reaccionó de inmediato y llegó ante mí, que sentaba junto a Raquel, antigua mujer, símbolo de la vida contemplativa, y me dijo:
–Beatriz, tu virtud y belleza son un auténtico elogio al creador, pero, ¿por qué es que no vas en camino a socorrer a aquel que te amó con tanta fuerza, tanta, que su amor por ti lo hizo sobresalir por encima de los demás hombres comunes? ¿Acaso no escuchas la angustia de su llanto, no ves cómo combate contra la muerte en ese tempestuoso remolino de pasiones, en el que es arrastrado con más ímpetu de lo que el mismo mar pudiera ser capaz?
No hubo nunca en el mundo alguien tan rápido a actuar en favor de su propio interés, o de huir de algún peligro, como lo fui yo después de haber escuchado estas palabras que me fueron dirigidas. En ese instante bajé de mi asiento celestial y vine a presentarme ante ti, poeta, pues me encomiendo a la fama que te precede de tener un lenguaje honesto, que honra tanto a tu persona, como a quienes te han escuchado.”
Después de haberme dado esta explicación, que yo no merecía, retiró la mirada girando la cabeza y dirigiendo los ojos, resplandecientes de lágrimas, hacia otro lado. Viendo esto, me apresuré en cuanto antes a venir lo más rápido que me fuera posible. Y vine ante ti, tal como ella me lo pidió; a socorrerte, pues fui yo quien ahuyentó a esa loba hambrienta que te impedía el paso a la cima de la colina. Habiéndote dicho esto, te pregunto entonces, ¿qué te sucede? ¿por qué o para qué te detienes? ¿por qué permites que se adentre tanta vileza en tu corazón? ¿por qué no tienes el coraje y la determinación para avanzar? Más ahora, que estás enterado que tres santas mujeres ven por ti en la corte del Paraíso, y que mis palabras te prometen alcanzar un bien tan grande.
Así, como las pequeñas flores que tiritan vencidas y cerradas por el gélido frio de la noche, que cuando son apenas tocadas por los primeros rayos de luz y calor, se enderezan, irguiendo el tallo, abriéndose hacia lo alto. Así como ellas, adquirí yo también la misma fuerza de voluntad para alzarme después de haber escuchado las palabras de Virgilio, y regresó a mi corazón la determinación para decir con toda franqueza:
–¡Oh, cuánto es piadosa la mujer que acude a mi socorro! ¡Y cuánto eres cortés, poeta, pues has obedecido al instante las palabras sinceras que ella te dirigió! Tú, con tu don de palabra, en verdad has logrado disponer a mi corazón de tal modo que se encuentra deseoso de emprender el viaje contigo. He regresado a aferrarme al propósito originario. Ahora, pues, partamos, ya que de nuevo tenemos la misma intención. Tú eres mi guía, mi señor, mi maestro. ¡Vayamos!
Este 25 de marzo, se cumplen los 721 años del inicio del legendario viaje del sumo poeta, Dante Alighieri, al punto más alto del Paraíso, pasando por el Infierno y el Purgatorio.
Claro, esta es una fecha literaria, es el día en el que el autor decidió que transcurriera el inicio de su obra, la cual, realmente terminó de ser escrita unos meses antes de su muerte, en 1321. Por este motivo, en este 2021 conmemoramos los 700 años de la obra y vida del autor. Este es el VII CENTENARIO DANTESCO.
Para conmemorarlo, nos sumamos a los festejos compartiendo una sorpresa especial; el CANTO I del INFIERNO, contado de una manera muy particular, según la idea de traducción semiótica comentada por Umberto Eco, es decir, les presentamos la Divina Comedia como novela. Este texto forma parte de un trabajo de traducción mucho más amplio y ambicioso, en el que nos encontramos trabajando en este momento.
¡Qué sea de provecho!
Traducción del italiano antiguo al español, realizada por el maestro de lengua y cultura italiana del Instituto Polýglottos; Luis Jiménez Chargoy.
INFIERNO
Canto I – Proemio
A la mitad del camino de nuestra vida como humanos, a mis 35 años, me encontré, repentinamente, perdido dentro de una selva oscura y llena de toda clase de peligros, pues en algún momento, sin percatarme, me había extraviado de la recta vía; del camino que conduce a los hombres a la auténtica felicidad. ¡Cómo me resulta difícil, y al mismo tiempo penoso, intentar describir esta selva que además de salvaje, era violentamente áspera y dificultosa, tanto que de tan sólo recordarla me sobrecoge de nuevo el miedo terrible que sentí al estar ahí!
Puedo decir que ella es la causa de grandes angustias y amarguras, casi al grado que la podríamos comparar con la misma muerte, pero para poder hablarles del enorme bien que ahí pude hallar, tendré que contarles sobre las demás cosas que vi en este lugar. Para empezar, no logro siquiera recordar el cómo haya yo entrado, pero sé que fue por no darme cuenta de que conducía mi vida como un ciego, a tientas, ofuscado por la oscuridad que de manera inconsciente provocaba con mis actos torcidos y con los errores que no me atrevía a reconocer. Viviendo en ese estado de maldita somnolencia, fue que entré en la selva dormido. Estando ahí, sin haber dejado de recorrerla, fui a dar al pie de una colina, justo donde acaba este tenebroso valle que ha llenado de pesares y miedos mi corazón. Allí, alcancé a subir la mirada y pude ver con asombro cómo su contorno comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del sol que, con la claridad de su luz, revela la vía correcta por donde transitar a todos los hombres que la buscan. Eso fue suficiente para que el miedo que había llegado ya a lo más profundo de mi ser, y que me había hecho pasar la noche sumergido en un agitado mar de ansiedad, se aquietara un poco.
Así como un náufrago que después del desastre, cuando por milagro logra llegar a una orilla, y aún jadeante y tembloroso se voltea para dirigir la mirada hacia las peligrosas aguas de las que a duras penas se ha salvado, contemplando con alivio lo que tan sólo unos instantes antes amenazaba, con toda seguridad, arrebatarle la vida; justo con ese ánimo de sobreviviente dirigí mi mirada hacia el valle que dejaba atrás, hacia la selva que no ha dejado a nadie vivo, nunca. Tuve que detenerme a descansar mientras subía, pues el cuerpo, de por sí débil, se agotó rápidamente por el rigor del ascenso. Después de un momento, seguí mi camino andando por una de las laderas desiertas de la colina, tan escarpada que el único pie que me mantenía firme mientras avanzaba, era el que iba quedando atrás en cada paso.
Fue aquí, casi al comienzo de mi subida, que surgió de la nada una pantera. Se mostraba ligera, continuaba moviéndose de un lado a otro, siempre delante de mí, acechándome con una agilidad pasmosa, por momentos se encontraba tan cerca que podía distinguir sin problemas los patrones de su pelaje maculado. La presencia de este animal, con su continuo rondar amenazante frente a mí, comenzaba a dificultarme avanzar, lo suficiente para que empezara a pasar varias veces por mi mente la idea de claudicar en mi ascenso, o incluso de retroceder lo que había ya subido.
Eran los primeros minutos de la mañana y coincidentemente el sol surgía bajo la constelación de Aries, igual que en los primeros instantes de la creación del universo y del origen del tiempo, cuando el amor primigenio echó a andar el movimiento de los cuerpos celestes y de todas las demás cosas bellas por primera vez. Así que, pensándolo bien, por encontrarme en estos momentos tan propicios y con la primavera a cuestas, no podía más que sentir la inspiración de depositar mi esperanza en superar a esta bestia de pelaje moteado. Tengo que decir que, por desgracia, esta inspiración no duró mucho, pues no fue suficiente para evitar dejarme invadir por el miedo terrible al ver que ahora se había incorporado al asedio contra mí, también un león. Este, con su enorme cabeza y con un hambre que se manifestaba tan rabiosa que daba la impresión que incluso el aire a su alrededor temblaba de miedo. Parecía dispuesto a lanzarse sobre mí en cualquier momento.
Fue en este punto que apareció una loba, tan delgada y seca que me hizo pensar que en su raquítico ser llevaba cargando el hambre insaciable de todos los deseos insatisfechos de la humanidad, el tipo de hambre que empuja a vivir de formas míseras y sumidos en la tristeza a una gran cantidad de personas. Su imagen me dobló. Me generó tal angustia y terror su aspecto tan crudo, que perdí por completo la esperanza de subir la colina y encontrar desde ahí la vía para salvarme de este lugar, en el que parece que estoy condenado. Justo como aquel apostador que sin cesar se regocija de las ganancias que va acumulando de la manera más ávida, y que sin siquiera esperarlo le llega el momento de perderlo todo, reduciéndose a un mar de llanto y tristeza; así terminó por reducir mi ánimo esta última bestia que, lanzándose sin parar sobre mí, me fue empujando, presionándome cada vez más hacia abajo, de regreso a la región donde el sol calla y gobierna la oscuridad.
He caído de vuelta en este horrendo valle, pero mientras resbalo hacia lo profundo de él, logro distinguir con esfuerzo lo que el largo silencio del sol no me había permitido reconocer; una silueta, había alguien ahí.
–¡Ten piedad de mí -le alcancé a gritar despavorido-, sea lo que seas, un espectro o un hombre de carne y hueso!
–Ya no soy un hombre, alguna vez lo fui –me respondió presentándose-, mis padres eran de Lombardía, ambos originarios de la mítica ciudad de Mantua. Yo nací, aunque sólo hayan sido los últimos años, cuando aún gobernaba Julio César, viví y obtuve fama bajo el gobierno del buen Augusto en los tiempos en los que nos regían los falsos dioses paganos. Fui poeta y canté sobre la gesta de aquel hijo tan justo que tuvo Anquises, el que logró, después de un sueño, escapar unos instantes antes de la quema y destrucción de la espléndida Troya. ¿Y tú -se dirigió hacia mí con un tono de reproche- por qué es que vas camino de regreso a esta selva de tormentos, por qué, si tienes la fortuna de haber encontrado la colina que te mostrará el camino hacia el principio y la causa de toda felicidad, no estás subiéndola?
–¿Entonces eres tú el famoso Virgilio –contesté inclinando la cabeza, tanto por reverencia como por vergüenza-, la fuente de donde brota uno de los ríos más amplios y que más expande de riqueza la poesía? ¡Eres la luz que guía a muchos otros poetas! A mí ha sido de mucho provecho el estudio tan minucioso y con tanto amor que he dedicado a tu obra. Tú eres mi maestro, mi modelo a seguir; tú eres el único de quien he aprendido el estilo de escritura del cual yo mismo me precio. Te pido que mires –le dije señalándole la loba-, a la bestia que me ha obligado a regresar mis pasos hasta este lugar. ¡Ayúdame por favor, gran sabio, me provoca tanto pavor que hace temblar de miedo hasta mi última gota de sangre!
–La verdad, peregrino, es que tú tendrás que hacer otro viaje –me confiesa mientras observa cómo me he quebrado en llanto-, si lo que quieres es salvarte de este lugar salvaje. Esta loba -continuó-, que tanto te hace gritar, no deja pasar a nadie, has tenido suerte, pues siempre termina matando a todos los que lo intentan. Su perversa naturaleza es de tanta maldad, que nunca logra, ni logrará, saciar esa hambre voraz, tanto así que cada vez que devora a alguien, termina aún más hambrienta. Son muchas las bestias con las que se asocia en su maligna tarea, pero cada vez serán más y más, hasta aquel día en el que vendrá un galgo destinado a cazarla, entonces la hará agonizar hasta por fin matarla. Un galgo de origen humilde que no tendrá ningún interés en bienes materiales, ni la posesión de tierras o de oro lo corromperá, sino que se fijará en cultivar el conocimiento, el amor y las virtudes. Te vaticino que será la salvación de esta tierra, de la humilde Italia por la que grandes héroes como Euríalo y Niso, o Turno y la virginal Camila, dieron su vida en batalla. Él irá corriendo esta bestia de todas las ciudades en las que haya hecho su guarida, la perseguirá hasta que, habiéndola cazado, la envíe de regreso al Infierno, de donde el mismo Lucifer, por envidia a la humanidad, la liberó para atormentarnos.
Así que considero que por tu propio bien, de ahora en adelante me sigas, yo seré tu guía. Vendrás conmigo y te sacaré de aquí, viajando a través de uno de los lugares eternos y uno de los mundos de la ultratumba. Ahí escucharás los gritos de desesperación y verás las penas que sufren los espíritus que han muerto desde las épocas remotas, antiguas almas que no cesan de vociferar sus propias condenas. Verás también a aquellos que aun estando sufriendo dentro del fuego, se encuentran agradecidos, pues esperan llegar, tarde o temprano, a estar entre las almas más elevadas. Ya tú, si quisieras subir también entre estas últimas, habrá un alma mucho más digna de lo que yo pudiera ser, esperándote para guiarte en tu ascenso. En ese punto, que es hasta dónde yo puedo llegar, te entregaré a ella y me iré, pues el emperador que reina allá arriba tiene prohibido el ingreso a personas como yo, que nunca acatamos su ley. Él, realmente, gobierna sobre todo lo creado, pero allá en los cielos, desde lo alto de su trono, reina plenamente. ¡Oh felices aquellos a los que destina a estar en su compañía!
–¡Poeta! -me dirigí hacia él- En el nombre del creador, cuya ley no acataste porque no naciste en tiempo para conocerla, te digo; quiero huir de este lugar, salvarme de la maldad y de las graves consecuencias que ella arrastra. ¡Te lo suplico! Condúceme por donde me acabas de decir, permíteme estar frente a las puertas de la purificación y ver también a los que me describes de manera tan aterradora.